Alfredo Bryce Echenique

 

Hace algunos años, Alfredo Bryce anunció que estaba escribiendo su último libro. El nombre no podía ser más certero: “Permiso para retirarme”. En tiempos como los que corren, es una decisión que rompe la costumbre de muchos artistas a seguir publicando – y creando – material nuevo cada cierto tiempo. Al final, las razones para seguir, hacer una pausa o parar, son individuales y responden a la persona detrás del artista.


Solemos leer en crónicas o escuchar en entrevistas a muchos escritores – y artistas – que están planeando crear algo nuevo. Tienen, de hecho, ya ideas sobre dónde irán estas nuevas obras. Vargas Llosa suele ser muy metódico y sigue una rutina que lo ayuda a darle forma a sus nuevos libros. Cortázar, por su lado, se sorprendía de ello, y decía que lo suyo era quizá más visceral. Afirmaba no tener un plan al abordar una obra.


En el campo de la música, Spinetta pasó por muchas bandas durante su juventud hasta asentarse como solista. Así, podía sumergirse en nuevos formatos y búsquedas que se acercaban más a su momento actual sin sentir una responsabilidad hacia el pasado. Damien Rice, destacado músico irlandés, capaz de pararse delante de miles de personas o en auditorios de toda Europa con tan solo su guitarra, cuenta con una discografía muy corta y espaciada, pero no por ello menos contundente. En el mundo del cine, Tarantino anunció hace algunos años que tras su décima película dejará de filmar. Aun así deja la puerta abierta, pues dice que quizá a los 75 años cambie de parecer.


En el ámbito de la literatura hay casos como los de Dickens o Dostoevski, que publicaban sus libros en entregas semanales en diarios, y es posible que la longitud de éstos se debiese a la necesidad de asegurarse mayores ingresos. Así, podían extender o dar nuevos giros a su obra sin perder la calidad de ésta, y seguir cautivando a sus fieles seguidores.


El hecho de que Bryce, ya pasados los ochenta años, decida dejar de escribir, marca una decisión personal que puede deberse a muchos motivos que solo él puede saber, o sentir. Por motivos de salud y la dificultad para tipear, empezó a utilizar un programa de dictado en la computadora, lo cual tiene ventajas y desventajas, como el hecho de tener que luego editar mucho pues la computadora no reconoce las comillas, puntos y otros detalles al dictarlas. Además, abiertamente habla que siempre sufrió de depresión y de cómo convivió con ella durante años.


Es posible que esta condición se haya agravado tras el caso de plagio del que fue acusado hace unos años. Más allá de los resultados de aquel episodio, es imposible no pensar en lo que vivió en su momento Oscar Wilde, quien fue condenado incluso a ir a prisión, desde donde logró publicar, gracias a su ingenio para darle vuelta al sistema que prohibía escribir en la cárcel a no ser que fueran cartas, una de sus obras cumbres, “De Profundis”. Sin embargo, cuando el célebre autor irlandés fue liberado salió de la cárcel muy apesadumbrado, tuvo que usar un pseudónimo - Sebastian Melmoth - para sus nuevos textos y trató de rescatar una carrera que no duraría mucho más.


Bryce formó – y forma - parte de una de las generaciones de oro de la literatura no solo peruana sino latinoamericana. Pese a vivir muchos años en Europa, su obra se circunscribe en muchos pasajes a la realidad del Perú de su época y, la brillantez de su pluma y su manera de analizar a la sociedad por medio de historias memorables, hacen que su catálogo sea imprescindible para todo aquel que ama un buen libro. Desde un “Un mundo para Julius” a “Dándole pena a la tristeza”, pasando por “La vida exagerada de Martín Romaña”, “No me esperen en Abril” y varios libros de cuentos, el valor de su obra es inmensurable.


Sincero, ameno, curioso, Alfredo cumple 84 años. Y, tal vez ese descanso de las letras al que decidió dar paso sea una invitación a leer y releer sus libros, y apreciarlo mientras aún está entre nosotros.