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Que la vida con frecuencia es ingrata lo puede constatar Emilio Salgari, escritor nacido en 1862 en la región italiana del Véneto. Técnicamente Salgari nació austríaco, pues el incipiente Reino de Italia proclamado en marzo de 1861 no vería incorporado el Véneto a su jurisdicción sino hasta 1866, año en que el Imperio Austríaco, apremiado por la guerra librada con Prusia, cedió aquel territorio para prevenir una dura conflagración en dos frentes.
Salgari nació en una época heroica, una que todavía albergaba en la memoria las hazañas de prominentes personalidades como Garibaldi. Su genio, deslumbrado por los ídolos de aquel entonces, no podía menos que virar al género de aventuras. De hecho, Sandokán —el más conocido personaje del autor— está inspirado en Carlos Cuarteroni Fernández, avezado marino español del siglo XIX que, movido por un fervor abolicionista, compraba esclavos a los piratas para devolverlos a sus países de procedencia y concederles la libertad.
De Salgari dijo alguna vez Vargas Llosa que sus libros le incitaron a ponderar en sus años mozos si acaso perseguir una carrera en la marina. La extensa obra del italiano, conformada por ochenta y cuatro novelas, ha sido también puerta de entrada a la literatura para García Márquez, Neruda, Pérez-Reverte, entre otros. Poco puede añadir nuestra propia recomendación al prestigio de un autor que cuenta con la referencia de tan ilustres escritores, mas no cejaremos en el intento de encumbrarlo.
Permítasenos primero aclarar por qué decimos que la vida fue ingrata con él. Pese al éxito de su obra, la holgura financiera jamás dejó de eludir a Emilio Salgari, problema que tornose particularmente sombrío una vez que, en 1903, la tragedia tocó la puerta del hogar de los Salgari. La actriz Ida Peruzzi, esposa del autor, comenzó a manifestar síntomas de enfermedad mental. El tratamiento, prolongado hasta el fallecimiento de ella en 1911, significó la acumulación de cuentas médicas por pagar, a lo cual Salgari respondió con un desesperado esfuerzo por mantener varias ocupaciones en paralelo, haciendo las veces de traductor, editor, e incluso componiendo redacciones bajo más de un seudónimo; todo ello para cubrir los copiosos gastos a duras penas. Se dice que, falto de medios para adquirir una nueva pluma estilográfica, Salgari hubo de remendar su desvencijado estilógrafo con un hilo y reanudar su trabajo. Al final, la acritud de la pobreza, el agobio del trabajo excesivo, y el progresivo deterioro de la frágil mente de su esposa terminaron por cobrar la vida de Salgari, quien, abrumado por este trino suplicio, diera su último aliento practicando el seppuku japonés en su propia piel. Previo a ello, escribió el autor una nota en la que acusaba a sus editores de enriquecerse a costa suya, conminándolos a correr con los gastos de su entierro y funeral.
Si bien los logros no hacen menos amarga la precoz partida de Emilio Salgari —fallecido a los cuarenta y ocho años de edad—, lo cierto es que este señor en vida fue nombrado caballero por la reina Margarita de Saboya; importante reconocimiento a los aportes del autor a la literatura italiana. Comparado con Julio Verne —escritor del mismo género y nacido en el mismo siglo—, Salgari es el más prolífico de los dos, superando por cerca de veinte novelas a la colección Viajes Extraordinarios del afamado francés, y ello pese a que Verne vivió tres décadas más que el desdichado italiano. Eso sí: nunca, a diferencia de Verne, incursionó en la dramaturgia.
Se debe destacar también la solvencia de los personajes femeninos ideados por Salgari. Las mujeres de sus libros no solo sirven para ser el interés romántico del protagonista y para ser rescatadas por este. En “El león de Damasco”, la esposa del protagonista es el Capitán Tormenta, aguerrida fémina ataviada en indumentaria de guerra que, ocultando su verdadera identidad, asume ella el rol de ser quien rescata a su otrora prometido de los turcos en la ciudad de Famagusta. Esta novela y su precuela son ficciones ambientadas en un evento histórico real: la guerra entre la República de Venecia y el Imperio Otomano. Sin duda será motivo de deleite tanto para los aficionados a la historia como para las personas interesadas en la reivindicación de la mujer y la transgresión de los roles de género.