Molière

 

El teatro, como muchas de las artes, no siempre tuvo una acogida fácil, sobre todo por parte de aquellos quienes lideraban el mundo antiguo – y quizá el actual. El arte, además de una vía para comunicar ideas y sentimientos, siempre fue un arma que podía servir además para criticar aquello que todos vemos, pero de lo que pocos se atreven a hablar.

 

Es así que el siglo XVII, el entonces novel dramaturgo Jean-Baptiste Poquelin, mejor conocido como Molière, se aprovecha del género de la comedia teatral para, además de divertir a su público, “gente honrada” como la solía llamar, hacer una mordaz y satírica crítica a la sociedad y sus (divertidas) incoherencias. Por ello, y más allá del apoyo de Felipe I de Orleans, hermano del rey, sus obras fueron en muchos casos censuradas.

 

En el prefacio a “El Tartufo”, Molière cuenta la anécdota en la que “un gran príncipe” señala que muchas personas pueden llegar a aceptar que se critique aquello en lo que creen, como el Cielo y la religión, pero no pueden soportar que se los represente a ellos mismos. Molière, sin embargo, ingenioso y sin reparos, exponía en aquella obra a un personaje muy apegado a la religión y la moral, pero que en el fondo era tan solo un oportunista e hipócrita.

 

En “Don Juan”, también censurada, se burlaba de aquellos caballeros que, aprovechándose de su condición de nobles – y hombres además - jugaban con los sentimientos de las mujeres, haciendo lo imposible por conquistarlas para, una vez aliviados sus deseos, dejarlas sin remordimientos.

 

En “El avaro”, un hombre rico no tiene reparos para priorizar, por sobre el bien de sus propios hijos, su codicia por el dinero, y así se entreteje una trama tan cómica como realista. En “El misántropo”, Alcestes, hombre aferrado a sus ideas y su decepción para con una humanidad colmada de hipocresía y falsos elogios, acaba siendo, pese a su constante mal humor, el personaje más honesto y consecuente de esta obra.

 

Molière se convirtió rápidamente en un autor de prestigio, polémico e imprescindible. El 17 de febrero se cumplen 350 años de su muerte. Dada su condición de comediante, oficio equiparado al de las rameras, brujos y usureros según el Ritual de París, promulgado en 1654, la Iglesia le negó una sepultura cristiana, y solo por la mediación de Luis XIV, su mecenas y padrino de uno de sus hijos, pudo ser enterrado en el Cementerio de San José.

 

Su obra se mantiene vigente pues el género humano siempre fue el mismo, con sus dudas y contradicciones, y Molière tuvo la agudeza para captar aquellos detalles y crear grandes obras de teatro que nos permiten reírnos de nosotros mismos.