En las más de ochenta horas de grabación que Alessa Esparza logró registrar de sus conversaciones con su abuelo José Wichtel, sobreviviente del Holocausto, no se halla un rastro de rencor, sino, más bien, mucha añoranza por la niñez que este perdió como consecuencia de la guerra. El tono de su voz, aunque sosegado y melódico (vertido sobre estas páginas con maestría), comporta el orgullo de quien se sabe sobreviviente, así como la esperanza y el alivio de quien, al poder al por fin contar su historia, renueva un pacto con la vida y la posteridad. No aquella pensada desde el delirio de grandeza, sino desde la sencilla y humana esperanza que impulsó a los primeros humanos a grabar sus escenas de caza en las paredes de las cavernas que habitaban. En esa mirada al futuro hay un infinito amor también, el conocimiento de que la vida es más que la muerte; de que alguien nos sucederá. José Wichtel no dejó que la experiencia de la guerra lo endureciera o amargara. Respondió a la crueldad fascista regalándole al mundo un corazón abierto y generoso que su nieta Alessa ha sabido plasmar en esta su primera novela.