Cómo alcanzar la felicidad según Arthur Schopenhauer

 

Conocida es entre los aficionados a la filosofía la escisión de esta materia en dos categorías: la filosofía analítica y la filosofía continental. Mientras que aquella, suscrita a los afanes de la ciencia, escudriña el rigor lógico de la inferencia y la argumentación, la segunda aglomera bajo su rótulo la inspección que muchos eruditos han hecho de la moral, la política, el rumbo de la historia, y tantos otros asuntos susceptibles de contemplación especulativa, incluyendo también una peculiar discusión sostenida por Diógenes y Platón acerca del parecido entre el ser humano y un gallo pelado.

 

El lector a quien la vida esté ofreciendo malos ratos y a quien los libros de autoayuda no terminen de brindar sosiego haría bien en dar una oportunidad a la filosofía. Desde luego, no pretendemos decirle que una concienzuda lectura sobre el realismo modal o algún otro tópico de la ardua tradición analítica le aportará sabiduría para enfrentar la vida, y sabemos de sobra que tampoco le servirá para ese fin una explicación de las presuntas similitudes que usted guarda con un ave sin plumas. No obstante, pese a la fama que —con justa razón— la filosofía se ha granjeado como tema de escaso valor práctico, esta noble disciplina cuenta también con escritos que sugieren cómo llevar una vida virtuosa y apacible. Uno de ellos viene siendo “Aforismos sobre el arte de vivir”, obra del alemán Arthur Schopenhauer.

 

Puede que usted sepa identificar a Schopenhauer como el más importante filósofo de inclinación pesimista. Tal distinción no es gratuita, por cuanto este autor prestó al pesimismo idéntico servicio al que hiciera Euclides a la geometría; nada menos que una sistematización exhaustiva. La tesis central de Schopenhauer es que el ser humano, pudiendo interrumpir su propia existencia, elige no hacerlo no por hallarse convencido de una genuina bondad inherente al hecho de estar vivo, sino por temor a la muerte; un temor visceral que debe lealtad a una fuerza bautizada por Schopenhauer como la voluntad de vivir. No se corresponde esta fuerza con nuestra propia voluntad ni con nuestra propia razón; por el contrario, si para efectuar su particular agenda es preciso que la voluntad de vivir antagonice con ellas, esta ominosa fuerza primigenia se impondrá sin reparos a nuestra consciencia y volición.

 

Schopenhauer caracteriza la voluntad de vivir como una suerte de inercia, artífice de la perpetuación del movimiento en los seres vivos. El también ilustre Blaise Pascal sentenció en el siglo XVII que “todas las desgracias del hombre se derivan de no ser capaz de estar tranquilamente sentado y solo en una habitación”, a lo cual Schopenhauer en el XIX agregó que tal incapacidad no es sino la maniobra de un titiritero intangible llamado voluntad de vivir, el cual apremia a sus marionetas —nosotros— con la urgencia de saciar las necesidades que nos mantienen con vida pero, además, con una angustia que no cesa aun después de haberlas cubierto. La persona provista de razonable bastimento no flaqueará en el insensato afán de dilatar su patrimonio ad infinitum, y el individuo que cuenta ya con logros de los que ufanarse continuará cual Sísifo inmerso en campaña hasta alcanzar el límite de sus fuerzas, dando al cabo de su empresa prioridad al lamento de las hazañas inconclusas por sobre la celebración de las conquistas consumadas. Tal es el sendero por el cual nos conducen los hilos del titiritero; una retahíla de faenas penosas, cada una iniciada tras comprobar con frustración cómo más pronto que tarde se extingue la alegría que el triunfo anterior proporcionó.

 

Lo que “Aforismos sobre el arte de vivir” ofrece es la respuesta a la pregunta de qué hacer frente a esta nociva inclinación que nos empuja a la agitación, la desmesura, y la pueril repetición. Schopenhauer exhorta a sus lectores a cultivar la salud por sobre todas las cosas, por cuanto “un mendigo sano es más feliz que un rey enfermo”. Para este fin sugiere el autor que hagamos dos horas diarias de ejercicio al aire libre y que nos demos frecuentes baños de agua fría, pero sobre todo que caigamos en cuenta del gran disparate que el sacrificio de la salud en pos del peculio representa, pues la melancolía que emana del rostro de los ricos, aunada a la escasa felicidad que los sucesos más gratos nos aportan cuando estamos enfermos, demuestra que “nada contribuye menos a la alegría que la riqueza, y nada contribuye más que la salud”.

 

Tiene Schopenhauer algo que decir sobre la realización personal en el trabajo: “desgraciado será aquel en el cual las fuerzas intelectuales dominan y que se ve obligado a dejarlas inertes en un cargo vulgar que no las reclama”. Aquí otro tanto sobre las relaciones interpersonales: “cuanto más posee en sí mismo un hombre, menos necesidad tiene del mundo exterior [...]. Cuando la calidad de la sociedad pueda sustituir a la cantidad, entonces merecerá la pena vivir aunque sea en el gran mundo; pero cien necios puestos en montón no producen un hombre de talento”. Y así como estos, aguardan en el libro varios apotegmas elocuentes para deleite del lector que se identifique con ellos. Si agregamos a esto la fundamental lección del filósofo —ocupar la mente con arte y filosofía para resistir el llamado de la voluntad de vivir— queda patente por qué “Aforismos sobre el arte de vivir” debiera yacer en su estante de libros por leer.